Esencia maldita


Corría desesperadamente en busca de Blanca, subiendo los peldaños de la despiadada torre de tres en tres, enajenado por no hallarla. Su hermosa princesa permanecía atrapada entre los vastos ladrillos que la asían con fuerza en algún lugar del tormentoso alcázar. Y no era capaz de encontrarla.
A su paso todo lo que descubría eran estatuas petrificadas con semblantes de horror y aterradores árboles retorciéndose que auguraban un fatídico encuentro.  Pero nada lo detendría.
Aquel castillo abyecto con vida propia destruía a quienes se adentraban en su interior y Abel no estaba dispuesto a dejar que su precioso ángel corriera la misma suerte.
Se abalanzó sobre el recinto endiablado que albergaba las oscuras entrañas del enemigo con la intención de someterlo y destruirlo. Ya faltaba poco. Fue arduo contener su sed de sangre mientras libraba la encarnizada batalla, pues era consciente de que el tiempo, una vez más, se aliaba en su contra. Pero logró derrocar al maldito que sembró siglos de esclavitud en las almas de inocentes criaturas. Sólo restaba encontrarla.
Giró sobre sí mismo al sentir una punzada en o más profundo de su intuición y contrito, descubrió un bello rostro de mirada profunda tallada en piedra que lo miraba con expiación.
Ahora, también Blanca descansaría eternamente.


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