Prisionera


Él habitaba al otro lado de la pared, constantemente sus días precipitaban en la pasión, comunicándose a través de golpecitos cómplices que sólo ellos dos entendían.
Todas las noches, a la luz de una vela, arrimaban sus rostros al muro de ladrillos que los separaba, procurando sentirse mutuamente, intentando visualizar sus siluetas, acariciando aquella materia sólida que hacía irreconciliable una larga espera por abrazarse de nuevo, sin solución de continuidad.
Las lágrimas fluían desconsoladamente e iban cuarteando la piel de la chica.
Apenas faltaban dos días para que la pena de muerte segara la vida de su amado tras un infierno de años presos en aquella cárcel que los había escindido. Quizás era mejor así.


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