Los cinco sentidos
Al abrigo de la lumbre que desprendía la raquítica
chimenea, a Helen le dió por pensar en los cinco sentidos que la mantenían
despierta aún, siendo altas horas de la madrugada. Pensaba que su vida
concentraba especialmente dos de ellos: la vista y el tacto. No podía imaginar
cuán desesperantes podrían llegar a ser sus días sin alguno de los dos
salvadores que la preservaban intacta en sus anhelos por conocer más allá de lo
que había visto y sentir cuantas texturas la pudiesen invadir.
Escuchaba mientras tanto los vestigios de la leña que
iba consumiéndose… no, era un sonido que la acunaba y le provocaba calma
efímera… pero nada más, prefería sentir el calor que desprendía a su sonido.
Era más real, más palpable. Como mucho, ocuparía el cuarto puesto en su ranking
pues su efecto se contrarrestaba con el del tráfico matutino cuando se iba a
trabajar, eso era puro distrés, aunque vacilaba al entrar en contacto con
el placer que le proporcionaba el poder escuchar melodiosa música…
El sabor… éste ocuparía el tercer lugar sin duda
alguna. Amante de la buena comida, una “gourmet” en toda regla, no podía alejar
mucho de sí la ambrosía resultante de este sentido que, junto
con poder sentir sus texturas y apreciar las jugosidades manifiestas
en un buen entrecôte, no tenía precio ni había dudas con respecto a
posicionarlo. Pero sin pasarse, la gula no era su pecado capital.
El olfato quedaría en último lugar sin
aducir razón concreta, simplemente, era el sentido que menos se permitía
utilizar… ¡ni siquiera usaba perfume! Y no tenía que recordar a ningún
amante por su aroma… más bien todo lo contrario… dejaba al resto que gozase de
su esencia mientras disfrutaba siendo una femme fatale que no creía en
semejantes fruslerías… era ella la que dejaba huella y no podía permitirse el lujo del viceversa,
sabiendo que su éxito se lo debía principalmente a su natural olor corporal, a su
buen gusto culinario, a la elección de sus atuendos, a los sutiles movimientos
que mecían sus suaves y delicadas manos y ¡cómo no! en el momento de embaucar a
cuantos “homme riche” se le antojase, sabiendo qué decir, cómo y atendiendo a
lo que éstos decían necesitar de sus encarnados labios…
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