Reclamo

El olor de café, ese aroma peculiar que tanto me gusta, más nunca había saboreado...

La primavera descosía una tarde frugal mientras me hallaba tumbado sobre la verde hierba, oteando las tímidas nubes pasajeras de todo un cielo que surcar. Mamá había salido, papá se encontraba en el porche, intentando reparar su automóvil. Iba a encontrarse atareado durante horas... Y ella... ella recolectaba amapolas para hacer un ramo que alegrase nuestra casa. De entre todas, una adornó sus largos y dorados cabellos trenzados.

El reclamo de la cafetera, hizo que mi hermana corriese en pos del fogón. Preparó dos tazas, una simple y a la otra le añadió cuatro cucharadas de azúcar, perdiéndose en seguida escaleras al sótano, entre risas desenfadadas.

Mi curiosidad natural, devino en seguirla. Y así comencé mi expedición a lo prohibido, reptando por el verde primaveral que cubría la pradera en la que vivíamos.
El primer escalón, que daba a la entrada de nuestra casa, me hizo poner en pie y ser consciente de que mis trece primaveras no podían pretender retroceso alguno. Crucé el pasillo empedrado que daba al patio interior, imbuido de romántico silencio y de nuevo, el aroma a café agudizó mis sentidos.
Atravesé el deslunado, pletórico de recuerdos y abrí cautelosamente el pórtico de madera maciza que me facilitaría la incursión y entonces, me descalcé y bajé las escaleras de puntillas, esperando, sin conseguirlo, pasar inadvertido, con la típica ansiedad de quien sabe que actúa de manera sibilina.

Allí se encontraba ella, con sus tazas recién reposadas y un joven que me invitó a pasar.  Y comenzó un longevo rito entre los tres, bañado de secretos y prohibiciones, pecado e instinto.

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