Pugna
Siempre
he pensado que alcanzamos nuestros sueños día a día inconscientemente,
existiendo y luchando por aquello que queremos conseguir. Ojo, no los de
grandilocuente materialización sino los más nobles. ¿Quién no ha soñado alguna
vez con resolver los problemas de su vida de la manera óptima? (por supuesto,
cada uno tiene su juicio y jerarquía sobre lo que es óptimo en función de su
contexto y concepción, que, en el fondo, lo es todo).
Pero en ocasiones, nos olvidamos de
que el producto final no es siempre lo que mayor valor posee, aunque nos duela
haber perdido lo que con tanta avidez habíamos intentado cultivar.
Y sin embargo, la mayoría de las veces
ahí seguimos. Nos levantamos. Porque de otro modo nos abandonaríamos,
eclipsando uno de los atributos de los que el ser humano puede sacar mucho
partido sin apenas ser consciente: la perseverancia.
Con fuerza de voluntad. Determinación para enfrentar las contiendas en las que nos encontramos al paso de los quiebros inesperados con los que la vida acomete unas veces, o las elecciones desacertadas en momentos cruciales, que ni siquiera hemos percibido, otras.
Y es que, aunque creamos que no lo
podemos lograr, siendo conscientes de nuestras posibilidades y limitaciones,
del denuedo que hay que invertir en meros intentos... y aun sin alcanzar el
fruto que se perseguía, no hay que olvidar que el éxito personal de haber
luchado por conseguirlo es óbice como para estar orgullosos de nosotros mismos
y no derrumbarnos de pleno. Porque muchas veces nos “sobre exigimos”.
Que la tristeza de haber perdido
batallando por uno mismo, induzca al menos a considerar el crecimiento que se
desata en nuestro interior, enriqueciéndonos con aceptación y perspectiva.
Satisfaciendo esa parte de nosotros que nos nutre con madurez.
Y es que, muchas veces, sin saberlo,
las pequeñas cosas son las más complejas y las que más nos acercan a nosotros
mismos.
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