El inexorable envejecimiento

Una mañana cualquiera despertarás...
Y recordarás tu desastroso primer beso.
Las tonterías de la imperdonable -pero necesaria- adolescencia.
Tu primera relación seria, estable.
Las peripecias que viviste junto a tus amigos, grosso modo. Y quizás las no tan grosso...
Las discusiones.
Aquellas canciones que estimulaban tu reflejo pilomotor, erizándote la piel.
Aquel verano memorable, que pensabas, reproducirías cada año por siempre jamás.
Las meteduras de pata, que creías graves y con las que ahora ríes si vienen a tu mente.
El día en que, por fin, terminaste la carrera.
Tu primer tatuaje.
El día en que, pese a haber acabado tu carrera, conviniste en que no era lo que realmente te llenaba y optaste por empezar de cero con otra cosa que sentías parte de ti. Y acertaste.
Tu primera cana...
Buscarás más indicios que confirmen la situación que sospechas y empezarás a entender que ya no eres aquella jovencita que se creía inmortal e inmune al paso del tiempo y a sus consecuencias.
Tu rostro, poco a poco se irá viendo inmerso en las expresiones típicas de la madurez. Tu piel perderá más agua, tus articulaciones notarán que ya no son de goma. Tus tatuajes, de vez en cuando, te recordarán que el camino es largo, pero que ya has caminado más de la mitad. Te revendrás sin apenas ser consciente.
Por fin asumirás que todo ha transcurrido harto rápido, que, en el fondo, aunque no lo parezca, queda poco tiempo para disfrutar y que es posible que algunas cosas queden en el camino... formando parte del quise y no fue.
Y un día cualquiera despertarás y habrás olvidado la mitad de vivencias pasadas, pero recordarás la otra mitad, con gran cariño. Con una melancólica pero serena sonrisa.
Posiblemente, a estas alturas ya duerma alguna parte de tu pasado y conforme avancen los días y se ciernan las décadas, procederán al cajón de sastre clichés de momentos prescritos, quedando encapsulados en algún lugar del universo, latentes. Efímeros. Como uno mismo. Porque todos tenemos fecha de caducidad y en el ínterin nos vamos deteriorando, como una fachada expuesta a las condiciones fisicoquímicas de su medio...
No, no es un grito a la desesperación, más bien a la asunción de aquello que estudiábamos en biología de tercer curso: nacer, crecer, reproducirse, morir... y que ya casi había olvidado por recordarlo como algo extremadamente evidente.  

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